Pensando en voz alta

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#MadeInWDC

miércoles, 22 de julio de 2015

¿Y tú, qué sientes cuando te desenamoras?

Cabe resaltar que por enamoramiento se entiende "conocer a alguien que te llama especialmente la atención, ilusionarte con esa persona e, incluso, llegar a creer que puede convertirse en alguien importante en tu vida. Ya sea por un rato, por un tiempo o para siempre".

Si buscamos sinónimos para este proceso, el diccionario nos ofrece una amplia gama de posibilidades: entusiasmo, flechazo, ternura, cariño, afecto, seducción, amor. Otras palabras relacionadas serían – siempre según el diccionario de sinónimos – arrobamiento, chifladura, idilio, noviazgo, relación, seducción. En fin, muchos vocablos para muchas diversas lecturas, pero tan sólo una interpretación: la que le damos nosotros mismos, según la forma que adquieren las circunstancias, nuestra mentalidad y nuestra propia forma de actuar. A veces totalmente en contra de nuestra voluntad porque - recordamos - las cosas del corazón en ocasiones no tienen mucho que ver con la razón.



Sigo con el diccionario de sinónimos. Marcadas en rojo, para que no pasen desapercibidas, encuentro otras palabras igual de interesantes, o más si cabe. Aversión, hostilidad, indiferencia. Son los antónimos de enamoramiento. Funcionarían como respuesta a la pregunta planteada en el título de esta entrada.

Pero como aquí no se trata de dar ninguna respuesta, sino de dejar que la imaginación de cada uno reflexione a su antojo y escoja la interpretación que considere más oportuna, vamos allá con algunas tonterías que me vienen en este momento a la cabeza.

Volvamos al principio de la cuestión. Un buen día, cuando menos te lo esperas, aparece alguien especial. Te llama gratamente la atención sobre el resto de los mortales que te rodean. Quizás su belleza no destaque sobre el resto, ni su fuerza, ni su simpatía. Quizás tampoco sea como te lo habías imaginado. Y precisamente por estas mismas razones te cuesta tanto entender que hayas caído rendida a sus pies. Así, de repente y sin querer, te das cuenta de que ocupa un lugar privilegiado en tu pensamiento, en tu rutina, en tus deseos. Sueñas dormida, también despierta. Pierdes el apetito, crecen las ganas, aumenta el interés. 


Bueno, un momento. Se supone que estábamos hablando de “desenamoramiento”… Vale, centrémonos. Los sinónimos me han desviado de la reflexión. Vamos, pues, con los antónimos.

Aversión, hostilidad, indiferencia. 

Mucho mejor. De repente un día el amor llega a su fin. Y lo cierto es que lo ves venir antes de que suceda. Lo sabes, lo presientes, lo intuyes… pero prefieres hacer oídos sordos y alargarlo un poco más. Justificas todo lo habido y por haber. Total, no sientes que tengas nada que perder. Lo que tienes son ganas, muchas ganas. Y por intentarlo - un poquito más - que no quede. 

¿Qué es lo que sientes, exactamente, cuando te encuentras en pleno proceso de “desenamoramiento”? Tal y como dice el diccionario, es así como te sientes. Aversiva, hostil e indiferente para con todos esos sentimientos que un tiempo atrás hacían que olvidaras todo lo malo. Sensaciones que no dejan lugar ni al rencor, ni a la decepción, ni mucho menos al enfado. Ya has pasado antes por eso y, muy a tu pesar, supiste que aún no estabas preparada. O lo estás, pero no para él. Ahora es diferente. Tú te sientes diferente.



Abres los ojos y buscas entre la gente... las ganas. Ésas que están en paradero desconocido. Pero, ¿son las ganas de estar con él o son las ganas de estar con alguien? ¿Te da lo que necesitas o tratas de aceptar que es algo pasajero y lo alargarás hasta que te canses, o hasta que te canse, o hasta que conozcas a otro, o hasta que conozca a otra? ¿Es realmente esto lo que quieres? 

Entonces ya se acabó. Y lo sabes como nadie. Y cuanto antes tomes una decisión, mejor. Porque, si no fuera por ti, esta agonía podría durar más tiempo. ¿Qué ganas entonces? ¿Y qué puedes perder?


Si seguimos hablando de desenamoramiento, no podemos olvidar otros conceptos. Mencionemos algunas palabras más, tal y como hace el diccionario. Alivio al darte cuenta de que no es como creías que era. Ni se parece, en realidad, a lo que buscas, o a lo que esperas encontrar, o a lo que quieres disfrutar, o a lo que mereces o a lo que sabes que te hará feliz. Satisfacción porque, a pesar de haber tenido algún contratiempo que podrías haber evitado, has hecho lo correcto. Y lo has hecho en un plazo de tiempo razonable. Nunca es tarde si la dicha es buena. Pero, por encima de todos los calificativos, me quedo con la indiferencia. Esa sensación que, lejos de la fantasía, te pone los pies sobre la tierra y te convierte en quien realmente eres. Esa lógica que te hace ver las cosas como son, sin maquillaje ni condescendencia, con claridad y sin rubor. Y, lo más importante, te hace inmune al dolor. 



Respeto ante todo. Tu respeto, el que tanto mereces y por el que sólo tú puedes velar. Nadie más que tú puede defenderlo. 

Una mujer soltera está cansada de escuchar, como dice un cantante de cuyo nombre no puedo acordarme ahora mismo. A veces es la soledad la que se enamora y no permite ver la realidad con transparencia. Otras veces es el entusiasmo el que nos engaña. Algo cada vez más aplicable tanto a mujeres como a hombres, en estos tiempos que corren donde hay tanta elección y tan poca decisión. Para evitarlo, es importante que te enamores primero de tu propia vida. Sólo así podrás enamorarte de la persona adecuada y, lo que es igual de importante, hacer que esa misma persona se enamore de ti. 

Porque... ¿qué sería de la vida sin amor? 



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