Sucede sin pensarlo, de la nada, cuando menos
te lo esperas. Un buen día, de buena mañana, te despiertas y te sientes
diferente. Y, de repente, lo ves todo muy claro. Llevas semanas - incluso meses-
con los mismos pensamientos rondando por tu cabeza, las mismas ideas que vienen
y van, los mismos sentimientos contrapuestos. Sólo han ido variando las pocas
anécdotas que se han sumado a la historia. El resto, intacto. Tú, él y las
circunstancias.
Durante ese tiempo has tenido un sinfín de
altibajos. Ahora sí, ahora no. - ¡Se acabó! – decías cuando desaparecía. - Bueno,
mejor un poco más – decías cuando volvía
a aparecer. Buenos y no tan buenos momentos.
Convicciones absolutas, confusiones máximas. Siempre con el mismo protagonista. Y a quién vas a engañar: te ha compensado. Si no,
¿cómo te explicas que pudieras seguir tan pendiente de alguien que te ha dado
tan poco? Sí, es cierto que la calidad es mucho mejor que la cantidad… pero un
mínimo o un máximo de cada, por favor.
Tú mejor que nadie sabes que los hechos son
los que realmente hablan por alguien, no sus palabras. Aunque qué importantes
son también las palabras, ¿verdad? De esas has tenido de sobras. Te ha dicho,
por activa y por pasiva, que le encantas, que le fascinas, que se imagina un
futuro contigo. No has querido creerlo, ya te has ilusionado otras veces y
sabes cómo eso puede terminar. Pero, al final, las ganas le pueden a todo lo
demás. Y él lo sabe. Te ha ido ofreciendo pequeñas dosis de una droga que ha
terminado por engancharte.
Ahora sabes que lo has justificado. Cuando su
falta de interés ha sido más que evidente, tú te has aferrado a esas palabras,
a ese gesto, a esa sonrisa, a esa sensación que tuviste una vez. Y otras veces.
Siempre pensando que era mutuo. Como mujer comprensiva que eres, te has
puesto en su lugar y has tratado de entenderle. Has querido creerle y lo has
hecho. Así de simple. Total, ¿qué puedes perder? Si al final su momento nunca
llega, al menos no te quedas con la duda de no haberle dado la oportunidad de
demostrarlo. (Visto por ahí: “A veces no
hay próxima vez. A veces no hay segundas oportunidades. A veces es ahora o
nunca”). Pero se la das y, al final, él no la aprovecha (“Espero que el día que me extrañes no sea el
mismo que no me interese por ti”… y sabes que justo así será). Y tú,
obviamente, te lo has creído todo. Como una tonta. No has olvidado ni una de
esas palabras. Es más, todavía recuerdas el momento exacto en el que te las
dijo. Fue en el bar donde os conocisteis, junto a la barra, con unas copas de
más (…que evidente suena ahora, aquí, escrito).
No te equivoques, a veces es importante no
olvidar ciertas cosas. Por ejemplo, es importante recordar que todos tenemos un
pasado. Ellos también. Así que te invito a reflexionar, a analizar las señales,
a seguir tu intuición. La propia, no la ajena. A veces nos encanta aferrarnos a
algo que nos dicen y queremos escuchar. Otras, sin embargo, si no nos gusta lo
que oímos lo descartamos rápidamente. O lo defendemos con los pocos argumentos
que tenemos. Pero, en el fondo, nadie mejor que nosotras mismas para desvelar
el misterio. Si conoces su pasado, tal vez comprenderás mejor su presente y
sabrás cómo afrontar el futuro. A ti también te servirá esta lección. No se
trata de que otros que vengan después paguen las consecuencias, sino de que se
beneficien de la madurez que nos dejan experiencias pasadas. La gente no
cambia. Mejora, empeora, pero la esencia es siempre la misma. La diferencia,
sin embargo, sí la puedes marcar tú.
¿Qué necesidad tenía él - te preguntas ahora –
de hacer lo que hizo o de decir lo que dijo? Si ni siquiera después ha puesto
las ganas para intentarlo, ni mucho menos para demostrarlo. Aquí está la clave,
amiga. Ellos son así, no intentemos averiguar por qué. No saben lo que quieren,
pero sí saben que no quieren lo que tienen o lo que tan fácilmente puedan conseguir.
Son conquistadores natos. Dejemos que nos conquisten. Esto es, CONQUISTEN. Que
tomen la iniciativa, que muevan ficha, que se esfuercen, que nos busquen, que
nos insistan... Si no lo hacen, ya sabemos que es porque no tienen el
suficiente interés. Porque tener interés es sencillo, pero tener el suficiente
como para moverse a la acción es esencial (Lo
fácil aburre, lo difícil atrae, lo complicado seduce, lo imposible enamora).
¡A por otro!
Y, sobre todo, no te sientas culpable. No es
por nada que hayas hecho, ni mucho menos por nada que hayas dejado de hacer. No
dejes de ser auténtica. Sólo si eres tú misma podrás descubrir lo que es para
ti. Cabe destacar, llegado a este punto, que has hecho lo que hacemos la inmensa
mayoría de las mujeres: te has aferrado a cualquier mínima esperanza (casi
siempre vista en twitter, dicho sea de paso):
- Si
realmente vale la pena, no será fácil. Que te lo digan a ti, que has
intentado buscar un sentido a las mayores complejidades habidas y por haber en
este culebrón.
- La
espera puede hacerse larga, pero todo esfuerzo tiene su recompensa. Que te
hablen a ti de tiempo. Tú, que en estos últimos meses has tenido más paciencia
que en toda tu vida. Tú, que creías que el lugar de él iba a ser junto a ti,
era sólo cuestión de saber esperar el momento.
- A veces
perderse es la mejor manera de encontrarse. Perderse... A veces necesitamos
tomar distancia para descubrir cómo nos sentimos con respecto a las cosas que
habitualmente nos rodean. Sí, eso mismo. Tan perdido que todavía no se ha
encontrado.
Ahora entiendes el verdadero significado
porque, ahora que se te ha caído la venda, puedes ver con los ojos y no con el
corazón. El tiempo es el único que te ayuda a ver con claridad que él no era
para ti. Así que, como diría Rajoy desde España: #FinDeLaCita.
Tal vez tiendes a pensar que lo que quieres
con él no lo quieres con nadie más. Eso también se pasará. ¿O es que es él,
acaso, el único que te ha gustado en toda tu existencia? Haz un ejercicio: mira
hacia atrás -sólo por esta vez- y piensa en la cantidad de niños, chicos,
hombres… que te han gustado a lo largo de tu vida. Trata de no dejarte a
ninguno.
Después de este largo, larguísimo ejercicio
de reflexión, verás que todo es un proceso. Tú misma te vas a dar cuenta, si no
lo has hecho ya. Ahora tienes más presente lo negativo que lo positivo. Ahora
eres consciente, al fin, de que unos pocos buenos momentos no serán
suficientes, nunca podrán compensar la balanza. Ahora sabes que al final te
cansas de esperar a que pase algo, a que demuestre con hechos lo dicho con
palabras. Ahora te has cansado ya de escucharte a ti misma.
Ahora te das cuenta de que eran más las ganas de UNA historia que de SU
historia. Ahora eres tú la que decide ponerle punto y final.
Hoy me complace anunciarte que es uno de esos
días. No sólo puedes verlo todo muy claro sino que, además, te sientes con
fuerzas para decir que ya se esfumaron la ilusión y las ganas. Algo mucho mejor
está por llegar y no quieres que él se interponga en tu camino.
Y si algo debes tener en cuenta para la
próxima vez es que la protagonista de la historia vas a ser tú. No él, con sus líos,
sus confusiones, sus inseguridades y sus contradicciones. - Ponle un apodo, si
eso te ayuda, como “El coleccionista de historias de amor”. Lo que aún no sabe
es que tú no serás una más de esas historias. Para ti él, sin embargo, ni amor,
ni historia ni mucho menos algo digno de ser coleccionado-. Y, sobre todo,
aléjalo. Aléjalo para siempre de tu vida.
Recuperarás poco a poco la normalidad. Ocuparás
tus pensamientos con cosas que valen realmente la pena. Volverás a llenar los
espacios, a disfrutar de la música, a sonreír con cualquier tontería. Te irás
sintiendo mejor y te sorprenderás de lo rápido que esto mismo te va sucediendo.
Verás que tienes poco que perder y mucho que ganar. Entonces, te volverán las
ganas, pero serán otras ganas. Y, a la espera de que todo esto vaya sucediendo,
te consolará saber que las redes sociales te seguirán ofreciendo apoyo y consuelo
en casi todo lo que leas publicado. Porque ahora sabes que todo está en los
ojos que lo ven. Y tus ojos ahora mismo leen que tú tienes muchas ganas de
sonreír a la vida. Y de reír. Y quien ríe el último, ríe mejor.
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