Pensando en voz alta

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#MadeInWDC

domingo, 27 de enero de 2013

OBSERVATORIO EMOCIONAL

Sobre cómo aprender de la vida con el mero hecho de observar

DUPONT CIRCLE, Washington DC. Domingo al mediodía.

Noches largas, mañana de resaca... como la de hoy. Todavía puedo sentir los estragos del último sorbo de mojito de anoche. Sentada al sol en un banco de la plaza de Dupont, observo a seres desconocidos cuyas vidas circulan alrededor de la mía. Una estudiante de periodismo de mediana edad preguntándome ante la cámara sobre la "Inauguration" de Obama (su toma de posesión); una mujer de edad desconocida y origen africano que no necesita de la presencia de nadie más que la suya para reír como una loca mientras disfruta de cada calada de su canuto; una familia de tres, compuesta por una muy joven pareja y un bebé que apenas sabe andar, pero ya sostiene entre sus manos una enorme taza de plástico de Starbucks (de hecho, llevan una cada uno). Ante mí, la majestuosa fuente de dupont cuya procedencia no me había preguntado hasta ahora, a pesar de que ya viví en esta ciudad hace tres años. Según leo desde aquí, representa una estatua erigida por el Congreso de Estados Unidos. Al fondo, tras ella, un grupo de ciclistas trata de decidir cuál es la mejor ubicación para la foto que se quieren tomar, antes de reanudar la carrera conjunta. Aunque de todo lo que veo me quedo con el telón de fondo de este variado paisaje: decenas de pájaros silbando mientras manchan, con sus desechos, el banco. Estoy en medio de su banco, rodeada de pajarillos que canturrean sin parar. Me siento de otra especie, en estos momentos.















Dupont Circle. Perspectivas de ambos lados del banco. A la izquierda, los pájaros. A la derecha, la ardilla.



El banco en el que estoy sentada, que es circular, es lo suficientemente grande como para que dieciséis personas, según mis cálculos, puedan sentarse cómodamente. Gracias a mis amigos, los pajarillos, sólo somos dos. Un señor que, bolígrafo en mano, firma facturas sin parar (bueno, justo ahora habla por teléfono) y yo, que no sé muy bien la imagen que proyecto. Me temo que, a pesar de los esfuerzos, no es demasiado buena esta mañana.
Y, de repente, ocurre. Mientras escribo estas líneas, se me escapa en voz alta un "¡Uy, coño, qué susto!" cuando una pequeña ardilla se abalanza sobre mí. Me río de mi misma y conmigo misma a la vez. Ahora me parezco un poco más a la loca del banco de la esquina. La ardilla, "squirrel" como dicen aquí, rompe la melodía del cántico y obliga a más de uno a salir disparado. Pero no tardan ni cinco segundos en volver a su lugar. Sigo en medio, entre ellos, sin alterar su rutina.
Qué bien sienta detenerse de vez en cuando y, simplemente, observar. No supone ningún esfuerzo, relaja la mente y el cuerpo y, encima, me siento mucho mejor que cuando salía de casa hace una hora. Tendré que repetirlo.
Esta actividad no prevista me recuerda a uno de mis entretenimientos ocasionales preferidos: las puertas de llegada de los aeropuertos. Es el mismo ejercicio, observar un pequeño instante de la vida del prójimo, pero en otro escenario.
Bueno, ya está bien por hoy. Me esperan para el brunch. Me pregunto, antes de levantarme, si al hacerlo me seguirán los pajarillos.




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