Pensando en voz alta

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#MadeInWDC

viernes, 19 de agosto de 2016

El emprendedor, ¿nace o se hace?


Jóvenes emprendedores que están cambiando el mundo


Mark Zuckerberg, con tan sólo 32 años, pasará a la historia por crear la red social más popular del mundo, con más de 1.650 millones de usuarios activos mensuales. Lo hizo en 2004 a los 19 años, tras abandonar los estudios en Harvard para lanzarse a la aventura de fundar su propia compañía en Silicon Valley. Zuckerberg no es solamente uno de los jóvenes más ricos y exitosos del mundo (su fortuna supera los 50.000 millones de dólares), sino también el más destacado ejemplo de modelo de negocio que impera en la actualidad. El fundador de Facebook, que participó en la Cumbre Empresarial de las Américas organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el año pasado, es considerado uno de los personajes más influyentes en el mundo de la tecnología. Su talento, y todo lo que ha demostrado ser capaz de hacer con él, está conquistando a los consumidores de todo el planeta con una nueva cultura empresarial. La era de la realidad virtual, la inteligencia artificial y la mejora de acceso web mundial son los tres grandes pilares de su imperio.  

Y no pensemos que el suyo es un caso aislado. Historias de éxito como la del creador de Facebook son cada vez más frecuentes. Pero, ¿qué tienen en común los jóvenes emprendedores y sus innovadoras ideas? Según el estudio “¿Nace o se hace? Decodificar el ADN del emprendedor”, de Ernst&Young, éstos tienen varios comportamientos y características comunes, aunque operen en una gama sumamente diversa de sectores y vivan en distintas partes del planeta. En el mundo tecnológico en el que vivimos, parece que la idea de reducir tiempo, esfuerzo y crear al mismo tiempo acceso a datos y contactos –gratis, a ser posible - es un valor totalmente en alza.




Otro perfil emprendedor que tampoco deja a nadie indiferente es  el del “destructor de monopolios”, tal y como se define a sí mismo el fundador de Uber. Travis Kalanick se ha convertido en la peor pesadilla de los taxistas con su revolucionaria aplicación móvil, con la que ha conseguido que conductores particulares y potenciales pasajeros establezcan contacto directo desde sus dispositivos y sin intermediarios. A sus 39 años encaja a la perfección con el perfil de emprendedor estadounidense: abandonó sus estudios de informática, al igual que Zuckerberg, para adentrarse de lleno en la aventura empresarial de montar su primer negocio con tan sólo 18 años. A los 30 ya tenía 19 millones de dólares en el bolsillo. Poco después, y tras dar la vuelta al mundo, creó Uber junto a otros socios, convirtiéndola en la empresa que no cotiza en bolsa más valorada: nada más y nada menos que US$ 51.000 millones. Una idea revolucionaria, inspirada ante la necesidad de encontrar taxis con mejor servicio del que recibía él mismo en sus viajes de trabajo, que ha cambiado el concepto de transporte privado de forma radical. Uber opera en la actualidad en más de 470 ciudades de toda la geografía mundial y, además de personalizar los viajes eligiendo vehículo y conductor, también permite compartir trayectos con desconocidos que van en la misma dirección o dividir el recorrido entre los ocupantes a partes iguales. Y todo esto apretando un solo botón.


Lo mismo sucede con otra tecnología disruptiva: Airbnb. Fundada por tres jóvenes de San Francisco en 2008, la empresa fue creada para dar respuesta a las necesidades más básicas al ofrecer un mercado comunitario para reservar estancias en viviendas privadas, desde cualquier dispositivo móvil y, de nuevo, sin intermediarios. La urgencia de estos tres emprendedores por pagar el alquiler de su casa mientras viajaban hizo que identificaran la fuerte demanda de alojamiento que tenían los asistentes a un congreso de diseño gráfico en la ciudad en esas mismas fechas. Ofrecieron el poco espacio disponible de su casa: un sofá y dos camas inflables compradas para la ocasión. Incluyeron también el desayuno en el paquete contratado para emular a un hotel y, de esta manera, nació su idea de negocio. Airbnb ha revolucionado el sector del turismo, alcanzando millones de reservas y consiguiendo presencia en cualquier rincón del mundo.


Compartir información, ofrecer servicios de interés con precios competitivos y facilitar el acceso a contenido de calidad, sin intermediarios y de manera rápida y sencilla, son denominadores comunes de estos exitosos proyectos empresariales. Bien lo sabe Félix González, estudiante de Stanford que fundó, junto a su hermano Miguel, la plataforma JuntoSalimos: un espacio para que los emprendedores de América Latina y España den a conocer sus proyectos de start-ups a una comunidad de asesores que, a través de sus ideas, ofrecen respuesta personalizada y gratuita a sus dudas. Su eslogan o, mejor dicho, su filosofía de vida, no deja lugar a dudas: “Visibilidad, ideas y conexiones para todos los emprendedores”. Y es que el mundo está cada vez más pensado en clave de innovación y emprendimiento. 


Otra historia muy inspiradora que también ha forjado sus cimientos en el hemisferio occidental es la de los hermanos Pereyra. Estos tres jóvenes dominicanos crearon la serie de productos orgánicos Kikaboni, convirtiéndola en la marca líder de merienda saludable en su país en un tiempo récord. El pequeño sueño de estos hermanos comenzó pelando matas de moringa en la parte trasera de un restaurante. En poco tiempo,  gracias a su entusiasmo y proactividad, lograron abrir una fábrica con capacidad de producción de 30.000 dólares mensuales y, meses después, otras nuevas instalaciones con capacidad de 170.000. Ahora exportan a Puerto Rico, Jamaica, Miami, Nueva York y México. A nadie sorprendió que el CEO y Co-Fundador de Kikaboni,Gian Luis Pereyra, ganara el premio al “Inversor Regional de 2016” durante la Cumbre Empresarial de Inversión del Caribe. Este joven emprendedor es uno de los 60.000 empresarios registrados en la primera red social empresarial de las Américas, ConnectAmericas, de la que está sabiendo sacar el máximo rendimiento para su empresa familiar. La novedosa plataforma, creada por el BID con socios como Google, Visa, DHL y Alibaba.com, permite a emprendedores como él “acceder a información, formación, posibilidades de financiamiento y eventos de valor agregado que marcan la diferencia entre un negocio exitoso o un negocio que fracasa”, según las propias palabras de Pereyra. Gran parte de la clave del éxito de su idea emprendedora ha sido el  impacto positivo que ofrecen a las comunidades rurales alrededor de sus fábricas, trabajando con pequeños campesinos que producen ingredientes básicos para sus productos y que introducen a su cadena de suministro. 




Los emprendedores tienen un ADN especial. El talento es necesario para alcanzar el éxito, pero no suficiente. Aunque todo empieza con una idea (y las ideas pueden cambiar el mundo), no se trata solo de tenerla, sino de llevarla a cabo con todas sus consecuencias. Ser emprendedor es sinónimo de asumir riesgos y perder el miedo a fracasar. Estos jóvenes empresarios exitosos han cometido errores en algún momento de su aventura pero, gracias a ese fracaso, han podido aprender de la situación y sacarle el máximo provecho. Saben mejor que nadie que quien no arriesga no gana. ¿Será que la juventud se puede permitir el lujo de afrontar grandes retos con menores implicaciones que a una edad adulta? ¿O tal vez las nuevas tecnologías potencian otras aptitudes que hasta ahora quedaban limitadas? Por eso no es tan fácil identificar hasta qué punto un emprendedor lo es por naturaleza o aprende a serlo. ¿Tú qué opinas? El emprendedor, ¿nace o se hace? 


viernes, 4 de marzo de 2016

Viajar por una boda y matar 4 pájaros de un tiro


Vivir lejos te hace ver todo de otra forma. Digamos que, inevitablemente, reflexionas desde la distancia acerca de lo que te falta. Y, obviamente, echas de menos muchas cosas. Echas MUCHO de menos. Cosas que en realidad tienen forma de persona o de sabor o de olor. No son cosas en sí mismas.  Y la verdad es que nunca lo pensamos cuando lo tenemos, mientras lo disfrutamos de un modo inconsciente.


Llevo tres años viviendo en Washington DC, aunque en total son ya catorce lejos de mi hogar y de los míos. Me fui de casa de mis padres a los 18 años (sí, en efecto… tengo 32) para estudiar en la universidad de otra ciudad a 400 kilómetros de la mía. Ahora me parece una distancia muy corta porque son exactamente 6.490 kilómetros - y todo un charco de por medio - lo que me separan de mi tierra. Pero entonces las distancias eran más largas. O al menos así se percibía. Me sentía muy lejos de casa. Pamplona, donde estudié, estaba entonces a seis horas en autobús de Barcelona, mi ciudad natal. Ni el tren ni el avión estaban al alcance de mi presupuesto más allá de una vez al año, generalmente por las vacaciones de Navidad. El billete de avión costaba 300 euros en una época en la que los sueldos mensuales no llegaban a 900. Y eso que yo todavía no trabajaba, al menos no cobrando. Mi primer sueldo como periodista llegó cuatro años más tarde, ya licenciada.


El caso es que han pasado varios años desde mi primera aventura como inmigrante, aunque los primeros destinos fueron en mi propio país: Martos (un pueblito de 36.000 habitantes en Jaén), después Pamplona, Mallorca y Madrid. También fuera de España: México, Portugal, Brasil y, en estos momentos, Estados Unidos. Siempre he encontrado una razón para irme y, desde luego, siempre he encontrado varias para quedarme.


Una de esas razones por las que dan ganas de irse y dejarlo todo es perderse momentos especiales. Renunciar desde la distancia al día a día con las personas que más quieres. Verlos de uvas a peras. Dejar de asistir a cumpleaños, nacimientos, bautizos, comuniones y, en la gran mayoría de los casos, bodas. Y precisamente las bodas, cuando estás en la etapa de los veintimuchos-treintaitantos, se dan con mayor frecuencia de la deseada. Se convierten en momentos trascendentales de tu existencia. Digamos que las bodas ganan una dimensión mucho más allá de la unión de dos amigos que se quieren y deciden pasar el resto de sus días juntos.



Y es que las bodas de nuestros familiares, amigos o conocidos nos obligan de repente a planificar nuestras vidas. Se convierten en esos momentos donde otras decisiones entran en juego: tus vacaciones, tu presupuesto, tus compromisos con familiares y amigos... Por no hablar del sinfín de cosas que tienes que hacer a la vez para coordinar la logística entorno a estas celebraciones.  Son esas determinaciones que reflejan el valor que le das a las cosas. Diría que, llegado ese momento, toca pensar un buen rato, sacar papel y lápiz,  y comenzar a definir por orden de prioridades el “listado decisivo”. Aquél que nos hará tomar la decisión más acertada. 


1. El grado de amistad que te une con uno o con ambos de los contrayentes. Hay unos pocos privilegiados a quienes sabes que no les puedes fallar ese día. Los mismos que sabes que también harán lo imposible por estar presentes el día de la tuya (y de otros tantos momentos importantes). Porque no hay nada más valioso que estar con tus seres queridos y compartir los recuerdos, como éste, que van forjando la amistad con el paso del tiempo.


2. Las vacaciones que te puedes tomar o, mejor dicho, las responsabilidades de las que te puedes desprender por unos días. Si vives al otro lado del charco o a varios países de distancia, es muy probable que decidas empalmar tus vacaciones con el viaje de boda. Algo que ocurre, como mucho, dos veces al año. Si aprovechas ese viaje para tomarte unos días de vacaciones, también tendrás que ingeniártelas de todas las maneras posibles para escoger el mejor destino, la compañía que más deseas (haciendo que tus vacaciones coincidan también con las suyas) y otros pequeños detalles como qué llevar en la maleta (solamente lo de la boda te ocupa ya la mitad del espacio), de qué puedes prescindir para ajustar el presupuesto, qué enlaces te convienen más para la ida y para la vuelta, y un largo etcétera…


3. El presupuesto que te puedes permitir para tal propósito. Teniendo en cuenta la infinidad de gastos que conlleva una boda: billetes de avión, estancia en el caso de que sea en otra ciudad distinta a la tuya, vestido, complementos, maquillaje, peluquería… Sin hablar del regalo. Aunque en estos casos los novios serán los primeros en pedirte que no les compres nada, que el mejor regalo es tu presencia. Te esforzarás, aun así,  en hacerles algún detalle tratando de no gastarte mucho dinero y acabarás gastando más de lo esperado, de todos modos. Y, en total, todo lo que habías ahorrado en los últimos cuatro meses.  


4. Otros compromisos que debes cumplir siempre que pasas por tu casa o cerca, sin excepción. A veces la boda no la tienes directamente en tu ciudad, pero sí en tu país. Y eso ya condiciona todo. La familia suele encabezar esta clasificación de compromisos o, mejor dicho, de obligaciones. Sin pasar por alto la lista de médicos a los que tienes que visitar, los amigos a los que quieres ver y los lugares a los que te apetece volver o te gustaría conocer por primera vez (esos que todo el mundo en tu nueva ciudad conoce menos tú, que para colmo eres de allí).

Con la distancia, cualquiera de estas cuatro razones se multiplica en grado de complicación y la disponibilidad para asistir al evento todavía es menor. El tiempo y la experiencia también nos enseñan a sacrificar. Tomar decisiones es parte de la aventura de la vida. No sólo los momentos que vivimos, sino también aquéllos a los que renunciamos. Seguramente si volviéramos atrás, decidiríamos no ir a alguna de las bodas a las que fuimos. Lo que me recuerda la tan recurrida frase: “En la vida hay que arrepentirse de las cosas que uno hace, no de aquéllas que no llega a hacer”. Vamos bien, entonces. 


Creo que tampoco puedo dejar de plantear la situación vista desde otra perspectiva. Si eres tú quien está organizando tu boda y te planteas invitar a personas que viven lejos, te comparto una lista de recomendaciones que leí hace poco y te pueden ser de utilidad. Se trata de unas pautas a seguir que, como mínimo, te invitan a reflexionar.




Mis amigos Sara y Roberto debieron leerse esta lista de recomendaciones. Superaron con creces las expectativas de los invitados. O al menos las mías. El día de su boda no faltó ni el más mínimo detalle: desde unas coloridas señalizaciones con el destino y la distancia de todos los asistentes (¡fui la que venía desde más lejos!), hasta el regalo personalizado sobre mi asiento (lo tengo en la oficina al alcance de mi vista todos los días), las canciones (“cuando me siento bien” será ya un recuerdo eterno), las inspiradoras palabras o la insistencia de que mis dos noches de hotel ya estaban pagadas. Nunca antes me había sentido tan querida en una boda ni con tanto agradecimiento por estar ahí presente. ¡Qué especial te hacen sentir amigos así y cuánto vale la pena dar la vuelta al mundo para compartir con ellos uno de los días más especiales de sus vidas! Algo parecido sucedió hace unos años con los primeros amigos que se me casaron: Rocío y Nacho. Escribieron una carta, de puño y letra, a cada uno de los invitados sentados a su mesa. Todavía guardo la tarjeta y recuerdo con cariño la ilusión que me hizo encontrarla. Otra boda en México me recordó lo mucho que vale la pena estrechar lazos con la familia y el entorno de nuestros amigos. Su casa se convierte también en tu casa. Y en Colombia, cómo olvidarlo.


Con mayor o menor morriña, lo que está claro es que todo en la vida son etapas. Después de la de veintimuchos-treintaitantos, llena de bodas y nacimientos, comenzamos a afrontar otras situaciones no tan lúdico-festivas: la etapa de los divorcios. Y, cuando llegue ese momento, te alegrará saber que tomaste la decisión adecuada al presenciar el momento en que estos mismos amigos que ahora se divorcian entonces se casaban. Si eso sucede, te aliviará pensar que tu viaje a su boda no fue en vano. Seguramente recordarás que tomaste la decisión adecuada al marcar todas tus prioridades y aprovechar cada instante ese viaje mientras hacías

en tu listado de otros compromisos (familia, médicos, amigos, viajes...). Probablemente recuerdes la cantidad de cosas que hiciste durante esas vacaciones que tomaste para ir a esa boda. Y tendrás muchos otros recuerdos que por sí solos habrán merecido la pena.